El despertar adelantado, la cama cómoda, la inquietud en el paladar. Empieza a disiparse la bruma inicial y percibes que la previa intuición nerviosa era fundada. Sí, hoy es el día en el que tu vida va a cambiar, vas a estrechar lazos con otra persona y en tu interior se debate la inquietud de lo nuevo que cambia tu realidad cotidiana y la alegría de realizar tu sueño de estar con quien quieres estar. Es el día de tu boda.
Abres más los ojos, miras a tu alrededor, más con tu pensamiento que con tus ojos, para asegurarte de que nadie invade tu intimidad en estos momentos de pequeñas inseguridades que se te filtran y que no deseas que nadie vea porque podría confundir tu desconcierto con unas dudas que en realidad no existen. Decides por fin levantarte, deshacerte de esa cálida protección de tu espacio particular en casa, y te aventuras a dar los pasos que tu hábito decidió hace tiempo por ti.
Abres las ventanas y dejas que un día maravilloso, no importa si hay brumas varias o un sol radiante, invada la habitación, sientes frío, no sabes si es por tu temblor de alma o porque te has puesto la bata pero curiosamente las zapatillas no. Te paseas un poquito por la habitación antes de salir, sin centrarte en nada y centrándote en todo a la vez, decides salir.
La casa se mueve, la actividad de ese día ha despertado antes que tu, eso te alivia y te estremece a partes iguales. Buenos días, abrazos y preguntas se atropellan, mantienes la calma, esperas y tratas de imponer tus pautas a seguir, difícil pero preciso conseguir, lo consigues a medias, es suficiente.
Tras un desayuno breve empieza la acción, aseo general con precisión quirúrgica, ducha, secado, depilación, manicura, hidratación. Llega el momento de las primeras prendas, sencilla sofisticación, belleza y sensualidad. Primeras pruebas de belleza con el maquillaje, peluquería. Mientras todo esto ocurre el traje de bodas se mira y remira tratando de encontrar algo más que mejorar en su estado que pueda haber escapado a las innumerables revisiones que ya ha recibido.
Llega el momento de zambullirse en él, entra, te acoplas a él y él a ti, es preciso quererlo, si no, no te sentará bien, será puro artificio, nada natural, no funcionará, solo hará un trabajo barato. Últimos ajustes, lo mimas, prestas atención a los detalles que lo van a embellecer, que te van a embellecer. Maquillaje, peluquería y retoques finales. Nervios. Tu reflejo en el espejo te dice si, el amor con el que intentas impregnar las cosas te devuelve tu merecida recompensa con ese hermoso reflejo.
Suenan las trompetas, no sabes muy bien si las tocan las personas que te lo han dado todo esta mañana o es el claxon del coche que espera. Bajas, miras y allí está, otro espejo más de tu bien amada manera de vivir. Es un Aston Martin, Bentley, Maserati ?, no importa, no es tu fuerte, sin embargo apreciar la belleza sí lo es. Subes fácilmente, comodidad, precisión, seguridad, belleza. Se desliza suavemente, agradeces que sea un momento de comodidad y sosiego, todo lo necesario a tu alcance, nueva sensación de belleza y de seguridad, pronto estarás allí.
El bullicio nuevamente disipa el sueño, deja de deslizarse, la puerta se abre y te recibe, él te merece, tu a él también, no hay duda.